“El infierno son los otros…”
SARTRE
Se llevaron mis pájaros.
A la ciudad a donde nunca voy.
Se los llevaron.
Temprano bajo la capa de mi sueño.
Quedó muda la casa
y sin algarabía las ramas del jardín
para las madrugadas.
Yo sabía que algo así terrible
me iba a costar mi rebeldía:
el no querer compartir la existencia vacía
de los demás.
de la otra gente,
de los viven
sin libros, ni pájaros ni poesía gesticulate
en una ciudad chata
donde todos gritan y manotean
pero no dicen nada.
Nada.
Todos opinan, parlamentan, garlan.
Pero no dicen nada
y sólo violentan
el horno interior
donde cuezo
el silencio de cada día.
Se llevaron mis pájaros.
Se los raptaron en la mañana.
Eso sí todo en orden:
dejaron un recibo en papel amarillo,
en triplicado.
Y hasta cargaron con la jaula grande,
de los conciertos sabatinos.
¿Para qué quiero yo una jaula grande,
sin rejas. ni siquiera de oro,
ahora que no tengo pájaros?
Se llevaron mis pájaros.
Dejaron un recibo.
Firmado, sellado, numerado.
En triplicado.
Lo miro y lo hago pedazos.
Confetti. Picadillo.
Y se lo entrego al viento.
Yo esperaba una censura, sí,
algún castigo,
pero nunca tan cruel como esta realidad:
papelitos amarillos
que giran en el viento.
Se robaron mis pájaros.
Y empacaron sus trinos con cuidado.
Todo en regla.
Recibo en triplicado.
Constancia del secuestro.
Empaque de gorjeos.
Y yo me quedé no solamente solo,
sino sordo también
sin poder escuchar
un canto breve
ni un trino solitario.
Nada.
Calladamente nada.
Se llevaron mis pájaros.
Yo me quedé varado
en mi viejo jardín,
copia de las selvas de Guyana,
como cualquier corsario jubilado
a quien, con la marea,
de su última gaviota han despojado.
Se los llevaron todos.
Hasta el pomposo cardenal,
dos mirlas enamoradas
y los canarios que cantaban
las arias de “Lucía”
y que yo alimentaba
con el rocío de la mañana.
No me dejaron ni ese cuervo ladino
(oscuro fugitivo de los versos de Poe),
ni el Pájaro Roc de mis cuentos de niño.
Se los llevaron todos.
Definitivamente,
para siempre,.
a la ciudad chata
a donde nunca voy:
urbe densa y supina
con regias jaulas de oro
para aves mudas de plástico.
Sí. Los otros se vengaron.
Tras de empacar trinos y gorjeos
en cajas a prueba de sonido,
metieron todo en un camión de luto
y arrancaron.
Se llevaron mis pájaros.
Irremediablemente.
Una vez en la ciudad chata,
Más allá de las fábricas
de pájaros de plástico,
cerca de los cuarteles
de los espantapájaros,
bajo el techo manchado de abril
de un galpón abandonado,
los metieron en una licuadora avícola
para mezclar graznidos y gorjeos
y que ninguno pueda cantar
con voz individual
y hablen todos sin distingo alguno.
Y después, ¡buuunnnn!
Los condensaron
en cuentos
para niños
igualmente condensados
que habitan la urbe chata
a donde nunca voy
y me aplicaron tan brutal castigo.
¡Ay, pobres avecillas mías
para siempre jamás así empastadas
en esos tomos manoseados,
sus trinos, graznidos y gorjeos
totalmente confundíos y ahogados!
Yo me quedé solo,
ausentemente mío,
solitario y soberbio
como un vetusto jeque derrotado
en medio del desierto,
en pleno eje del vacío
en la mitad de nada,
una nada viscosa,
arenosa,
sin aleteos ni trinos,
inexorable y yermamente
nada.
(Revisado, Marzo 16, 2011)